Combinación perfecta de arte, belleza y filosofía, esta obra invita a una reflexión profunda sobre lo humano y lo animal. En ella, la sutileza de la acuarela y el dibujo se entrelazan con la densidad pictórica del acrílico, creando una experiencia visual que no solo apela a la percepción, sino también a la introspección. La mujer ciervo, como figura central, no es simplemente una representación del animal, sino una metáfora de la conciencia humana en su relación con el mundo natural. 
Las características del ciervo, presentadas de forma tan sutil y casi imperceptible, son una invitación a mirar más allá de la superficie, a percibir lo que está oculto en lo que parece insignificante o efímero. El ciervo, un ser tan lleno de gracia pero a la vez tan profundamente enraizado en su entorno, refleja el equilibrio que buscamos como seres humanos: la capacidad de movernos con ligereza y profundidad a la vez, de integrar la esencia de la naturaleza con la complejidad de la conciencia.
En este sentido, la obra va más allá de una simple representación de un animal o una figura humana. La mujer ciervo simboliza el proceso de transformación y adaptación, la fluidez entre el ser humano y lo no humano, entre la mente y los instintos, entre la razón y la intuición. La suavidad de la acuarela, que se mezcla con la fuerza del acrílico, habla de la tensión constante entre estas dualidades. La acuarela, tan ligera y etérea, sugiere la conexión con lo invisible, con lo que no se puede captar fácilmente, mientras que el acrílico, con su textura densa y envolvente, simboliza la concreción, la realidad tangible que estamos constantemente modelando.
La obra también sugiere que la belleza no es simplemente algo que se observa, sino algo que se experimenta y se internaliza. Este retrato es, por lo tanto, una invitación a ver más allá de lo obvio, a tocar las verdades ocultas que solo se revelan cuando trascendemos las limitaciones de nuestros sentidos y nos abrimos a una comprensión más amplia y holística de la existencia.
EN🇬🇧
A perfect combination of art, beauty, and philosophy, this work invites a deep reflection on the human and the animal. In it, the subtlety of watercolor and drawing intertwines with the pictorial density of acrylic, creating a visual experience that appeals not only to perception but also to introspection. The deer-woman, as the central figure, is not merely a representation of the animal but a metaphor for human consciousness in its relationship with the natural world.
The features of the deer, presented in such a subtle and almost imperceptible way, invite the viewer to look beyond the surface, to perceive what is hidden in what seems insignificant or fleeting. The deer, a being so full of grace yet so deeply rooted in its environment, reflects the balance we seek as human beings: the ability to move with both lightness and depth, to integrate the essence of nature with the complexity of consciousness.
In this sense, the work goes beyond a simple representation of an animal or a human figure. The deer-woman symbolizes the process of transformation and adaptation, the fluidity between the human and the non-human, between the mind and the instincts, between reason and intuition. The softness of the watercolor, blended with the strength of the acrylic, speaks to the constant tension between these dualities. The watercolor, so light and ethereal, suggests a connection with the invisible, with that which cannot be easily grasped, while the acrylic, with its dense and enveloping texture, symbolizes concreteness, the tangible reality we are constantly shaping.
The work also suggests that beauty is not simply something to be observed, but something to be experienced and internalized. This portrait, therefore, is an invitation to look beyond the obvious, to touch the hidden truths that are only revealed when we transcend the limitations of our senses and open ourselves to a broader and more holistic understanding of existence.