En esta obra, la naturaleza se revela a través de un rostro femenino, el cuál se encuentra tan intrínsecamente conectado a su entorno, que parece surgir de la fluida pintura verde flúor, como si fuera una extensión de la vegetación. La mujer aquí no es un ser aislado, sino un reflejo de la totalidad, un microcosmos dentro del macrocosmos. Su rostro, abstracto y difuso, no ofrece una identidad fija, sino que invita al espectador a encontrar su propia conexión con lo representado, a percibir lo eterno y lo mutable en cada trazo.
Las piñas emergen como símbolos del número phi, la constante matemática que describe la proporción divina, la armonía perfecta que subyace en la naturaleza y en todas las formas de vida. Phi, o la secuencia de Fibonacci, es la clave que une lo visible con lo invisible, lo finito con lo infinito. Así como las piñas crecen siguiendo esta secuencia, la obra nos recuerda que toda la creación está gobernada por patrones profundos y sublimes, invisibles a simple vista, pero presentes en cada rincón del universo. Al incorporar este símbolo, la obra no solo nos invita a reflexionar sobre la matemática y la geometría de la vida, sino también sobre la conciencia humana y su capacidad para percibir, comprender y conectar con esas leyes universales.
De esta manera, la obra nos llama a reconocer que somos parte de un todo ordenado por principios eternos. La naturaleza, representada a través de la figura femenina y las piñas, se nos muestra como una entidad que es a la vez dinámica y ordenada, caótica y perfecta, invitándonos a explorar la armonía inherente a la vida y a comprender que, en nuestra esencia, estamos profundamente integrados con el universo que nos rodea. La obra, entonces, no solo es una representación estética, sino una invitación filosófica a reflexionar sobre el vínculo entre la naturaleza, la matemática, la conciencia y la existencia misma.
EN🇬🇧
In this work, nature is revealed through a feminine face, which is so intrinsically connected to its environment that it seems to emerge from the fluid fluorescent green painting, as if it were an extension of the vegetation. The woman here is not an isolated being, but a reflection of the whole, a microcosm within the macrocosm. Her face, abstract and diffuse, offers no fixed identity but invites the viewer to find their own connection with what is represented, to perceive the eternal and the mutable in every stroke.
The pineapples emerge as symbols of the number phi, the mathematical constant that describes the divine proportion, the perfect harmony underlying nature and all forms of life. Phi, or the Fibonacci sequence, is the key that unites the visible with the invisible, the finite with the infinite. Just as pineapples grow following this sequence, the work reminds us that all creation is governed by deep, sublime patterns—hidden from plain sight but present in every corner of the universe. By incorporating this symbol, the work not only invites us to reflect on the mathematics and geometry of life but also on human consciousness and its capacity to perceive, understand, and connect with these universal laws.
In this way, the work calls us to recognize that we are part of a whole governed by eternal principles. Nature, represented through the feminine figure and the pineapples, is shown to us as an entity that is both dynamic and ordered, chaotic and perfect, inviting us to explore the inherent harmony of life and to understand that, at our essence, we are deeply integrated with the universe that surrounds us. The work, then, is not only an aesthetic representation but a philosophical invitation to reflect on the connection between nature, mathematics, consciousness, and existence itself.
Nature
Acrílico sobre lienzo de 54x65 cm.
Materiales: acrílico, tela 100% algodón.
Certificado de Autenticidad
Acrylic on 54x65 cm canvas.
Materials: acrylic, 100% cotton fabric.
Certificate of Authenticity